Algún día, cuando el aire pese como tierra sedienta sobre los cuerpos desnudos,
tal vez alcance a ser la voz de aquel peregrino que enmudeció o el agua que,
gota a gota, resbala por su pecho.
Él nunca estuvo en la otra orilla pues sabe que allí los dioses duermen en el polvo. Y sabe que cuando un hombre por azar se duerme en la otra orilla -ese lugar que siempre ocupó la mirada -ellos se despiertan y se contemplan en él. Si ese hombre, entonces, se despierta,se convierte en espejo y estalla con el sol.
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